Rupturas y laberintos

Estoy aquí para encontrar nuevamente la motivación para escribir después de años de hacerlo detrás de las sombras. Y no es que hoy sea el día de la ruptura a este patrón, pues otra vez desde mi cuenta alterna abro un blog como para decirme que no tengo miedo a expresarme nuevamente con palabras, tan absurdo de inicio porque es la única manera en la que entiendo el mundo.

Para mí la vida son palabras, es escarbar en lo absurdo de los sonidos emitidos desde un aparato fonador para generar significados, que aunque se quieran presumir precisos no lo son, pues corresponden a una intrincada red que va más allá de los sonidos, el orden y entonación de las expresiones; las palabras son el arma de dos filos que puede dividir a una nación o hacer que dos amados se reencuentren, que grita pasiones desenfrenadas o extingue en un solo respiro aquello por lo que se luchó por siglos. Las palabras corresponden a contextos y a mundos pues tanto rezamos que "cada cabeza es un mundo", por lo que emitir y recibir es aún más complicado que la hazaña que hiciera Teseo en el laberinto, dejando rastro para no perderse en este imposible camino. Solo que las palabras, el lenguaje, la comunicación humana, no poseen métodos de salida una vez vencida la bestia. Me pregunto qué sería "la bestia" en esta alegoría torpe que trato de elucubrar.

Nuevamente me detengo. Todo lo anterior ha sido escrito para decirme a mí misma que efectivamente el acto de la escritura me da elementos escondidos en mi psique que no podrían salir de otra manera. Por eso estoy aquí, por eso escribo y describo, divago y escupo, para ver si el orden y estructura que siento extraviados en no sé qué parte del tiempo vuelvan a emprender un camino (¿odisea?) largo y a la espera de no sé qué cosa.

Vengo porque no me bastó contar por la mañana la anécdota a mis amigas sobre por qué inició mi miedo a la voz, a decir lo que pensaba y a temer el juicio ajeno. Porque aunque las charlas con café, cigarrillos y platos repletos de chilaquiles resultan un beneplácito a todos mis sentidos, no basta con nombrar en el aire y dejar que todo se eleve entre los vapores de la mesa, hay que dejar que las conclusiones se asienten y me digan con todas sus letras TIENES QUE VOLVER AL PLACER de escribir, claro está.

No estoy aquí para pararme frente a ese profesor de literatura, a ese escritor de discursos priístas, a ese hombre de casi dos metros cuyo hijo fue mi primer amistad a los tiernos seis años, hijo que después no quería hablarme porque su padre quería que me venciera en desempeño escolar, padre represor, hijo que lloraba conmigo porque no soportaba la presión de su papá, padre que soñaba con que su hijo fuera escritor de algo más que discursos priístas, hijo que se cambió de escuela porque ahí era poca cosa para un genio como él, a decisión de su padre, padre que fue el jurado en el concurso estatal de ensayo en tercero de secundaria y cuyo tema era "La mujer". Ensayo que escribí yo en el que denuncié a mis tiernos catorce las injusticias que ya podía percibir hacia esa dualidad llamada mujer, dualidad cargada de un peso casi vaporizado, de un lado la belleza, el silencio del otro.

Estoy aquí para romper ese silencio y recordarme que el placer de escribir y de reconfigurarme a través de las palabras que emito al ritmo de tecleo y respiros, sea aquéllo que quizá perdí en no sé qué parte del tiempo y espero recuperar como si estas grafías fueran la clave para abrir la puerta que me indique no la salida de este laberinto de ensoñaciones, sino por lo menos saber que al despertar, habré escuchado mi propia voz.


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